Programa de mano
Texto ganador del XXXI Premio SGAE Jardiel Poncela
Sinopsis
“No tengo miedo de los espectros. Solo son terribles los vivos, porque poseen un cuerpo”. Marguerite Yourcenar.
El teatro siempre tuvo relación con el culto a los muertos y con la figura del revenant: el regresado o la regresada, renacidos en escena; los y las que pueden articular su historia post mortem. Primera sangre invoca a una niña secuestrada y asesinada en los noventa, cuyo caso fue sobreseído sin que se hallara al culpable.
Ausente y presente (los muertos no respetan el descanso), Laura interpela a las vecinas de su edad, al comisario encargado del caso y a un educador: ¿Educamos en el miedo?, ¿el miedo evita el peligro o evita la vida? ¿Es la cultura de la violación una sociedad secreta a la luz del día, como dice la antropóloga y activista Rita Laura Segato?¿Con qué estructuras del abuso convivimos a día de hoy? ¿Cómo vivirán los hombres el cambio de paradigma que se avecina?
A medio camino entre el memorial y el documento, el thriller y el cuento de fantasmas, la autoficción galardonada con el XXXI Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela obliga a la reflexión en torno a los abusos sobre la infancia que se escriben en el cuerpo de las mujeres. Con lirismo (la poesía como llave) y rotundidad, Primera sangre nos invita a recuperar la memoria de las que ya no están para multiplicar nuestra existencia.
Nota de la directora
Laura volvió a vivir en mí después de treinta años muerta, cuando una amiga de la ciudad en la que nací me dijo que estaba embarazada de una niña. Aunque empecé a escribir Primera Sangre a raíz de esa noticia, siempre albergué un recuerdo nítido de la foto de Laura: ese cartel, SE BUSCA. Tenía la misma edad que ella, la niña desaparecida (luego asesinada) y estaba aprendiendo a distinguir lo conocido de lo desconocido y el temor de la temeridad, como el verde del rojo. Toda mi pubertad basculé entre estos polos, hasta hacer muy mío eso que Hölderlin expresa sublime: “Donde está el peligro, crece también lo que salva”.
Es una mentira que se eduque igual a las niñas: no poder pasear libremente por las noches, no poder confiar en la bondad de los desconocidos… There’s nothing in the world like a pair of red shoes!, se dice en el cuento donde los zapatos rojos hacen bailar a la antiheroína a través de bosques y campos, sin descanso. Suerte que, a pesar del miedo o, tal vez, para plantarle cara, en nuestra adolescencia nos colocamos unos zapatos rojos.
Bailamos en Primera Sangre un duelo diferido por todas las menores asesinadas en los noventa y por las niñas que salían a la calle pidiendo perdón, con la sensación de que el espacio público no era suyo. Texto, música y danza en un ejercicio de hauntología (estudio de las ausencias) y de nigromancia (adivinación del futuro por los muertos).
María Velasco