El teatro tiene más futuro que nunca - Centro Dramático Nacional

El teatro tiene más futuro que nunca

Artículo dónde Remedios Zafra dialoga con Alfredo Sanzol

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El reto digital

Artículo de Michael Eickhoff de La Akademie für Theater und Digitalität [Academia de Teatro y Digitalidad] 

para el primer número de la revista DRAMÁTICA

El 14 de mayo de 2020 arrancaba en La ventana del CDN la sección #ELTEATROPORLLEGAR con esta charla que mantuvieron la ensayista Remedios Zafra, autora de una obra ya célebre para entender la cultura del presente, El Entusiasmo, y Alfredo Sanzol, director artístico del Centro Dramático Nacional. El coloquio llevó como título «Recuperar el entusiasmo (para que deje de ser el único sustento del artista)» y publicamos aquí un extracto donde se abordan cuestiones como la convivencia entre lo virtual y el arte, el futuro del teatro como paradigma de lo no digitalizable, la colectividad frente al individualismo en red o la futura relación del trabajador cultural con los públicos.  

 ASAnte el uso que veníamos haciendo del tiempo hasta ahora, que nos impedía muchas veces dedicarnos a nuestra actividad principal, ¿crees que vamos a tomar nota y poner límites nuevos de forma que podamos salvaguardar ese tiempo que dedicamos a la creación?

RZ: Desde luego es algo que nos está interpelando con bastante claridad. Cuando hablamos de precariedad no hablamos solo de los trabajadores precarios –que también-, sino de una producción precaria. Si echamos un vistazo a la cotidianidad de nuestro trabajo en los últimos años, proliferan las iniciativas cargadas de voces, de demandas… pronúnciate, no dejes espacios vacíos. Cuando uno no deja espacios vacíos, todo se convierte en sucedáneo y en obra precaria, en obra de peor calidad. Es como esos rompecabezas que tienen piezas para cuyo movimiento hace falta un espacio vacío. Sin ese espacio vacío, sin ese aire, las otras piezas no se pueden mover. Tengo la sensación de que la producción cultural que predomina en el capitalismo reciente, nos lleva a transitar por el exterior como si no hubiera espacio vacío. Ese espacio vacío, o ese tiempo vacío en este caso, es fundamental. En este intervalo del confinamiento hemos podido recuperar no solo la concentración, sino que la introspección que la mayoría seguramente habremos hecho nos habrá llevado a pensar en cómo estamos haciendo las cosas, a preguntarnos si tiene sentido esa concatenación de prácticas a las que nos cuesta decir que no. La perversión de este sistema construido sobre la precariedad está en que quienes nos invitan y llenan de trabajo nuestra vida, también son muchas veces personas precarias, en situaciones similares a las nuestras. Ese no poder decir que no nos convierte a todas en parte activa de una suerte de autoexplotación que, a mi modo de ver, guarda una cierta similitud con el patriarcado. Explico esta analogía: una característica del patriarcado ha sido convertir a aquellas personas a las que sometía en agentes responsables de su propia subordinación, en hacer a las mujeres responsables de su propia subordinación y poner en ellas la responsabilidad de mantener los lazos patriarcales. Y en el capitalismo cultural contemporáneo sucedería algo similar, porque hace que los trabajadores también se sientan responsables de ese encadenamiento de actividad incesante. Necesitamos el tiempo vacío para distanciarnos de esas prácticas, porque es ese distanciamiento el que nos permite la toma de conciencia, pensar de otra manera, incluso disentir respecto a aquello que se está haciendo o diciendo. 

AS¿De qué manera crees que la feminización de los espacios de creación podría transformar esta realidad?

RZ: Yo sueño y aspiro a que en todos los ámbitos laborales y en todos los ámbitos vitales pueda haber igualdad, y si entendemos feminización como un proceso de igualdad, entiendo que en todos los trabajos debiera promoverse esta feminización, o todos los trabajos debieran ser feministas porque deberían aspirar a construir esa igualdad. Esto es muy importante, porque no es una cuestión meramente cuantitativa, aunque en el ámbito cultural es cierto que las mujeres tienen cada vez un protagonismo mayor. Pero va más allá. Se trata de que las mujeres no sean el fondo de, lo secundario, lo que aparece cortado, difuminado… No se trata tanto de estar como de no estar devaluada, porque en muchos casos la presencia de mujeres sigue acompañada de una devaluación o infravaloración del trabajo hecho por ellas. Necesitamos que niñas y niños puedan ver modelos de diversidad, que los niños puedan ver enfermeros y maestros en infantil y que las niñas puedan ver ingenieras, agricultoras, transportistas… el poder soñar ser lo que uno quiera ser depende de crear estos modelos de diversidad. Al hablar de feminizar hay que cambiar el concepto que muchas personas tienen al referirse a algo feminizado como algo vulnerabilizado o falto de valor u ornamental. Feminizar debiéramos entenderlo más como un horizontalizar, buscar un mundo igualitario. Necesitamos conseguir logros de igualdad y no retroceder, porque el momento presente resulta inquietante para los logros conseguidos. Debemos habitar espacios cargados de oportunidades para imaginar un trabajo más emancipado, un trabajo menos contaminante, que no nos obligue a estar desplazándonos constantemente, pero sin perder de vista la carga añadida de la desigualdad silenciosa. Si no generamos estructuras, recursos para conciliar, no va a ser lo mismo volver a casa para una mujer que para un hombre, y lo estamos viendo en muchas madres y mujeres que optan por la vuelta de los ancianos a casa después de lo que ha pasado con las residencias de mayores. Si no hay resistencia, la inercia sigue siendo que las mujeres hagan lo que han hecho siempre. Es ese poder silencioso que no te dice ni sí ni no, solo espera de ti que lo hagas y que los demás sientan que haces lo correcto, que tienes que cuidar de los que nacen, de los que enferman, de los que envejecen, porque si no la culpa –esa otra carga silenciosa- estará ahí.  

ASEl teatro es el arte político por excelencia, donde se reúnen los ciudadanos. Es el arte de la ciudadanía. Estos espacios han estado cerrados y ahora están semivacíos. ¿Qué crees que le espera al teatro cuando pase todo esto?

RZ: Yo pienso que el teatro tiene más futuro que nunca, por varias razones. Primero porque la pantalla se ha convertido en nuestro hábitat, es lo cotidiano, y ese exceso de mundo virtual aplazando el cuerpo no hace sino generar un nuevo objeto de deseo, que es precisamente el cuerpo. No hay cosa que deseemos con más ansia que abrazarnos, nos lo repetimos constantemente y necesitamos expresarlo, porque es así, lo sentimos, y te lo dice una defensora del teletrabajo y el aislamiento. Yo siempre he pensado que podía vivir encerrada y resistir la distancia, esto que llaman disociación a mí me parece hasta un invento interesante. Quizás tiene que ver con que en los últimos años mis sentidos están mucho más mermados, he perdido visión y audición, me he afiliado a la ONCE, y justo ahora que me decían que tenía que tocar las cosas, no puedo tocarlas. Reconozco que el escenario virtual me da mucha tranquilidad, pero aun así, tiemblo pensando que podría volver al teatro. Normalizada la vida con mascarilla, el teatro es de esos pocos territorios donde podemos disfrutar del cuerpo, del pálpito, de las voces sin mascarilla. Creo que la cultura material se va a ver muy reforzada. Nos queda pensar cómo llevar esa parte importante de nuestro trabajo que es la imaginación, no ya a la obra en sí, sino al proceso a través del cual llegamos a los espectadores, a la ciudadanía. Y también qué otras formulas más experimentales podemos idear en alianza con la tecnología para que cuando esto nos vuelva a pasar no tengamos que cerrar los teatros o no tengamos que vivir sin teatro. 

ASSueles hablar del individuo solitario en su habitación conectada, frente a la pantalla, estableciendo relaciones en red. ¿Cómo afecta esto a la creación y a la repercusión política que tiene la creación? Porque toda actividad creativa intenta de alguna manera influir en la realidad. ¿Es distinto desde esta perspectiva individualizada e hiperconectada? ¿Nos debelita como seres colectivos que somos?

RZ: Es verdad que la bofetada del confinamiento ha intensificado la experiencia virtual, pero desde hace muchos años ya viene asentándose esta normalización de las pantallas en nuestra vida. Muchas personas venimos reflexionando sobre cómo pasar del yo al nosotros, cómo crear ese vínculo colectivo cuando estamos distanciados o cuando somos una multitud de individualidades conectadas en la pantalla. Hay algo que viene dado por el propio dispositivo. El ordenador, con su cámara a modo de ojo de cíclope, es un dispositivo unipersonal. La televisión está pensada para la familia, pero los ordenadores son lugares donde accedemos a la red, al mundo, de una manera multidireccional, pero son dispositivos pensados unidireccionalmente. No obstante, cuando estamos en la red podemos crear colectividad de una manera asombrosa, instantánea. En unos minutos, en función de la llamada que hagamos, de las palabras que utilicemos, se puede congregar una multitud muy numerosa. Sin embargo, esa colectividad no es como tal una colectividad que comparta vínculos políticos. Es una multitud de personas solas en sus habitaciones, detrás de sus pantallas, que no pertenecen a nada pero que comparecen en un momento determinado. Los estudios realizados en los últimos años señalan cómo las formas de colectividad que promueven espacios como las redes sociales, son un tipo de vínculo más ligero, vínculos que cohesionan por compartir una afición, por tener una edad determinada, compartir un proyecto, etc., pero están muy lejos de los vínculos fuertes que marcaba una colectividad política, vínculos morales, ideológicos, mucho más intensos. La lectura positiva es que muchos de aquellos vínculos políticos nos abocaban a dogmatismos y los vínculos ligeros nos permiten, quizás, alejarnos del dogma, del ser o no ser, de ese jalearse que vemos en las redes ultras. Ahora nos podemos definir de una forma más como en un gradiente, de una forma más relacionada con lo que Donna Haraway llamaba afinidad. A mí me parece algo muy estimulante, a lo que quizás deberíamos haber dado más tiempo en las redes cuando surgió el movimiento del 15M y las distintas primaveras. En definitiva, pese a que podamos pensar que en Internet prima la individualidad frente a la colectividad, yo creo que Internet no anula la vieja colectividad sino que se amplifican distintas formas de colectividad y que se dificultan aquellas que tienen que ver con el reposo. Internet favorece esa lógica de los círculos rápidos y las colectividades identificadas más por un número alto de seguidores que por los matices en las ideas que hay en esos colectivos. Son fórmulas simplificantes en busca de titular. Por eso el arte y el teatro son más necesarios que nunca. El arte, en este contexto en el que priman las colectividades cuantitativas, nos permite enfrentarnos al mundo de manera subjetiva. El sujeto no puede ser solamente algo pronosticado por la estadística, la inteligencia artificial, el algoritmo. Para eso, el arte, el teatro, toda práctica artística tiene que responder a este predominio numérico, son territorios privilegiados que nos permiten dar protagonismo a lo pequeño, a lo profundo, a lo subjetivo, no compartir una determinada verdad, sino cuestionar la forma en la que se hacen verdades. Es el territorio que nos permite hacer convivir las contradicciones. Ahora que todo es tan absolutamente concreto, que lo virtual es hegemónico, lo material se vuelve lo más valioso. 

Biografía

Remedios Zafra

Remedios Zafra

Remedios Zafra. Ensayista, profesora e investigadora. Premio Anagrama de Ensayo por su obra El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Otros títulos suyos son Ojos y Capital o Un cuarto propio conectado. 

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